Anna Margaretha es un claro ejemplo del perfil psicológico más común hallado entre las escasas 11% mujeres asesinas en serie conocidas: fría, calculadora, metódica, discreta y envenenadora.
Nació en 1776 en una pequeña posada que su padre poseía en Nuremberg (Alemania). Éste falleció año y medio después, y cuando Anna contaba tan sólo con cinco años de edad, pierde además a su madre y a su único hermano.
Una vez huérfana pasó al cuidado de una vieja sirvienta de su madre, y al poco tiempo su tía se hace cargo de ella.
A los diez años fue adoptada por un adinerado comerciante, pero cuando cumplió quince años la prometió en matrimonio con el notario Zwanziger, mucho mayor que ella. Se casó con él a los diecinueve, en contra de su voluntad y tuvo dos hijos.
Los problemas continuaban para la joven Anna y para sus hijos, pues al igual que su madre, tuvieron que soportar el alcoholismo crónico del notario, que lo llevaría a la tumba pocos años después.
A partir de entonces las cosas empeoraron a nivel económico para la desafortunada mujer, viéndose obligada a emigrar a Viena a trabajar como doncella. Allí mantendría relación con un escribiente de la Cancillería, con el cual tendría un hijo ilegítimo. La relación fue muy breve, pues el hombre terminó por abandonarla... ¿error fatal? Curiosamente, él también fallecería a las pocas semanas.
En 1807, la viuda Nannette Schoenleben (nombre de soltera), que contaba ya con 47 años, comienza a ganarse la vida trabajando como ama de llaves en diversos hogares. Es contratada para el servicio doméstico por Wolfang Glaser, poderoso juez recién separado, en su mansión de Kasendorf (Alemania).
Glaser, termina por reconciliarse al poco tiempo con su esposa, quién falleció a las cuatro semanas de su llegada después de sentirse mal súbitamente desarrollando diarreas y vómitos crónicos.
Al poco tiempo, Schoenleben se despide y se hace contratar como ama de llaves por otro juez llamado Grohmann. A los seis meses, el juez comienza a sentir dolores abdominales, vómitos y diarrea... que le llevarían a la tumba en pocos días.
Tras quedarse de nuevo sin empleo, es contratada como sirvienta por la esposa del presidente de una de las cámaras de la ciudad. Su nueva ama tiene un bebé al poco tiempo, y a los tres días de dar la luz, comienza a su vez a sentir intensos vómitos y ansiedad que la llevarían a la tumba una semana después...
El viudo, decide conservar a la sirvienta para que cuide el bebé, y en una cena con amigos de la familia, todos los convidados comienzan a sentir los mismos síntomas que la fallecida esposa en su agonía. Sospechosamente esto sucede con cada convidado del viudo Gebhard. Cada vez, tras cada comida o cada vaso de vino en su casa, los invitados se veían obligados a guardar cama a causa de violentos ataques de náuseas.
Las primeras sospechas vinieron por parte del mozo de una tienda, que tras tomarse medio trago de un vaso de aguardiente después de una comisión, observa en el fondo de la taza una extraña substancia blanca a medio disolver.
Otra sirvienta de la misma casa que había discutido con Zwanziger también enfermó tras tomarse una taza de café que ésta le ofreció.
En una reunión celebrada por el dueño de la casa en el que se sirvieron jarras de cerveza, todos los invitados y el dueño de la casa comenzaron con vómitos y dolor de estómago. Tras este suceso, la mujer fue despedida, pero antes de partir fue sorprendida por una compañera de servicio colocando en el recipiente de la sal un líquido blanquecino. Luego ofreció a dos de las criadas con una taza de café en el que anteriormente edulcoró con un azúcar procedente de un cartucho que llevaba en su bolso.
Al niño, de con cinco meses de edad, le dio un poco de leche con un trocito de bizcocho mojado en esta sustancia. A la media hora de su partida el bebé comenzó a vomitar, cayendo gravemente enfermo.
Informado el amo de casa de lo sucedido, le llevó a un farmacéutico el recipiente de sal, que dictaminó la existencia de una gran cantidad de arsénico en el mismo.
Fue en ese momento que el señor Gebhard se decidió a denunciar los hechos a las autoridades, y se llevó a cabo la exhumación del cadáver de la esposa del juez Glaser, cuya piel había adquirido un color pardo oscuro y estaba endurecido como si de una momia se tratase. Posteriormente fueron también desenterrados los cadáveres de la señora Gebhard y del señor Grohmann, que ofrecían idénticos signos que el anterior. El análisis químico evidenció la presencia de arsénico en todos los cuerpos...
El 18 de octubre de 1809 la envenenadora tenía 49 años cuando fue detenida y encarcelada mientras se hallaba en Nuremberg, su ciudad natal. Se descubrió que Schoenleben era su nombre de soltera; tras su matrimonio con un notario apellidado Zwanziger, se la conocía como Anna Zwanziger.
La presunta asesina inicialmente negó todos los hechos, pero la verdad se hizo evidente cuando hayaron en el interior de su bolso dos saquitos que contenían, en uno un potente insecticida y en el otro arsénico.
Había asesinado a la señora Glaser con la idea de casarse en segundas nupcias con su esposo, para asegurarse una vejez tranquila y segura.
En la casa del magistrado Grohmann sucedió lo mismo que en los demás hogares en dónde había estado trabajando: vio en él un posible esposo y se vio perturbada por su enlace con la hija de un colega, por lo que decidió acabar con su vida.
Lo mismo pasó en casa de los Gebhard, al albergar de nuevo la esperanza de un fructífero matrimonio tras envenenar con insecticida la cerveza que tomaba la mujer de éste.
El 7 de julio de 1811, el Tribunal de Apelación del Distrito de Main, en Bamberg, confirmó la sentencia que condenaba la envenenadora a morir mediante la separación de la cabeza del tronco de un golpe de hacha, y a que su cuerpo fuera sometido al tormento de la rueda.
El 7 de julio de 1811, el Tribunal de Apelación del Distrito de Main, en Bamberg, confirmó la sentencia que condenaba la envenenadora a morir mediante la separación de la cabeza del tronco de un golpe de hacha, y a que su cuerpo fuera sometido al tormento de la rueda.
Anna, con una sorprendente integridad y sangre fría declaró ante el juez instructor que su muerte sería una suerte para la humanidad, ya que le hubiera resultado imposible renunciar al veneno en su vida.
El día de su ejecución, el 17 de septiembre de 1811, solicitó que se le tapase la cara con el paño de los condenados. Luego se despidió con gran entereza y amabilidad de los asistentes y del verdugo...
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